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Tareferas, las olvidadas en la historia de la yerba mate

  • Ana Victoria Espinoza
  • Investigación

Históricamente, el mensú apareció en los relatos como el personaje más representativo en la producción de la yerba mate. Sin embargo, desde siempre, las mujeres también estuvieron en la tarefa, cosechando codo a codo con sus compañeros y alternando su tiempo con la maternidad y los quehaceres del hogar. Con el objetivo de reconocer la figura de las tareferas, la investigadora Diana Haugg estudia el pasado y presente de estas mujeres en Misiones.

Las tareferas son las que inician la cadena de producción de la yerba en condiciones laborales poco favorables: salarios bajos, jornadas agotadoras, falta de higiene y recursos. Y en este contexto, todavía su presencia es invisibilizada. "Quería seguir la huella de las ausentes, las olvidadas, las silenciadas a partir de los documentos y analizar trayectorias personales", explica Haugg, licenciada en historia y becaria doctoral del CONICET.
En su trabajo, advierte que en el mercado de trabajo yerbatero/cosechero impera una cultura hegemónica masculina, no por la actividad que se lleva a cabo, sino por el ambiente creado en torno al predominio cultural hegemónico masculino, que margina y subordina al género femenino, donde lo masculino es lo general. 
“El imaginario social local y las producciones académicas han fomentado, de una manera u otra, la persistencia de que la tarea de cosechar yerba, ya desde el siglo XIX, es un trabajo de varones. No obstante dichas representaciones, las mujeres han trabajado históricamente en los yerbales, desplegando las mismas destrezas de supuesta naturalidad masculina”, sostiene Haugg, quien participa en el libro “Género y ruralidades en el agro Latinoamericano” de la Editorial Ciccus. 
Su investigación comenzó en 2014 con entrevistas a tareferas de Oberá y continúa en la actualidad. Una de esas testimoniantes es Sara, quien relata su experiencia en los yerbales: “Desde los 13 años fui tarefera y muchos años de sufrimiento porque realmente el tarefero es una persona que sufre mucho debajo de carpa, debajo de lluvia, bajo de frío, toda una vida sufrida para nosotros es un trabajo muy pesado, pero al ver la necesidad hay que hacer y con mi mamá desde chica trabajé en la yerba, ayudaba mucho y después que me casé también [1991] ahí más todavía… crié mis hijos tarefeando”.

El estudio en la tarefa
Desde Puerto Esperanza, Haugg llegó a la UNaM para estudiar la Licenciatura en Historia. Fue allí que, de la mano de la profesora Yolanda Urquiza, se interesó en la vida de las tareferas como tema de análisis. Así pudo obtener su primera observación: “estas mujeres no definían a su trabajo en la tarefa como trabajo, sino como ayuda”.
En esa etapa, su investigación se abocó a la década del 90, trabajando a partir de archivos, fuentes hemerográficas y censos. Así empezó a reconstruir las historias de tareferas de la ciudad de Oberá, en los barrios San Miguel y Cien Hectáreas, que según detalla, son barrios tareferos por excelencia que surgieron en la década del 90 con una población que fue expulsada de zonas rurales a vivir en estos lugares periurbanos.
En esos acercamientos, cuenta Haugg: “las mujeres me expresaban que, si bien la mayoría actualmente conforma una familia monoparental con jefatura femenina, antes cuando trabajaban en “familia nuclear” lo hacían como ayuda familiar; el que recibía la remuneración era el marido o el jefe que siempre era un varón".
También en el informe Niklison realizado en 1914 cuando Misiones todavía era territorio nacional, la historiadora notó que “las mujeres han estado históricamente presentes en la cosecha, pero eran consideradas como ayuda familiar, regionalmente conocidas como guainos".
Ese dato la llevó a indagar sobre la representación de la figura del cosechero en la yerba mate en los relatos históricos. "Haciendo la carrera, se nos presenta como el estereotipo masculino. En la materia historia regional, analizábamos y estudiábamos a los mensúes como varones", recuerda.
Ahondando en ese sexismo que está filtrado en el conocimiento heredado y tratando de reconstruir (y deconstruir) los archivos, Haugg pudo notar que la figura de la mujer en la cosecha “estaba como diluida o desdibujada, aparecía como prostituta, como madre, esposa o ayudante".
En el marco de la beca doctoral del CONICET, decidió ampliar su análisis en la participación laboral femenina en la cosecha de yerba mate desde 1970 a la actualidad.
Luego del informe Niklison, en la década del 70 se realizó un estudio de la mano de obra por el Grupo de Trabajo de Sociología Rural (GTRS). Se trató de una encuesta en Misiones a 600 cosecheros de la yerba mate, pero únicamente entrevistaron a varones. “La mujer trabajaba pero no tenía voz, estaban ausentes, pero aparecían desde ese lugar como ayuda familiar", afirma Haugg.
Ya en los noventa, esa condición histórica de ayuda familiar se modifica, sin embargo, “a pesar de ser asalariadas y reconocidas como obreras rurales al igual que sus compañeros varones, siguen subordinadas a esa figura masculina... Ahora muchas mujeres se reconocen como trabajadoras. Ahora trabajan directamente con los capataces o los jefes de cuadrilla, por lo que también impera una cultura hegemónica masculina, porque la mayoría de los capataces y contratistas son varones. Ellas ven la figura encarnada del patrón o del jefe como una figura masculina”.
Las estadísticas tampoco están pensadas desde la mirada de género. Se calcula que en Misiones son entre 15 mil y 17 mil los cosecheros y las cosecheras de yerba mate, pero “las estadísticas oficiales en general, invisibilizan a las mujeres urbanas y ni hablar de las mujeres rurales”.

Horizontes borrosos
En la investigación, la mayoría de las tareferas plantea una larga trayectoria en la cosecha de la yerba mate. “Las mujeres muchas veces se ven imposibilitadas de salir de la tarefa. El caso de Norma por ejemplo: la madre y ella toda su vida tarefearon, sus 13 hijos son tareferos, menos dos: uno dejó la actividad momentáneamente para vender chipa, y la otra trabaja como empleada doméstica, pero ambos no descartan volver a la tarefa”, cuenta la historiadora. 
Todavía persisten las condiciones históricas de exclusión y la falta de acceso a derechos básicos como la educación, lo cual dificulta el acceso a otras opciones en el mercado de trabajo: “Estas personas tienen escasa o nulas posibilidades de dejar la tarefa, de hecho la actividad se va heredando o transmitiendo, lo aprenden como jugando en los yerbales”.

El cuidado es político
Dejando de lado el resto de las características que presenta la labor tarefera, el atender a las prácticas del cuidado, incluidos los servicios y las instituciones abocadas a la tarea, se vuelve un tema importante. El cuidado es un componente central para el bienestar de la población en general, pero aunque todos y todas lo necesitamos, no todos y todas lo proveemos con la misma intensidad, dedicación y duración, a la vez que no recae sobre todos el mismo mandato social ligado principalmente al cuidado maternal.
Históricamente, la función de cuidar descansó en las mujeres como parte de su labor doméstica no remunerada, y entre las tareferas se torna evidente, sin caer en generalizaciones, que son pautas culturales hecha carne en su organización cotidiana.
“Cuando aparecen en los documentos, aparecen como madres. Por ejemplo en el informe Niklison, los hijos siempre aparecían en relación a la madre. El cosechero o el mensú es trabajador, pero nunca es padre, está borrado el ejercicio de su paternidad", sostiene la investigadora.
Hoy, la mayoría de las tareferas alternan la maternidad con el trabajo. “Pude notar que las políticas sociales que llegan a estos grupos son pensadas en "una vieja ruralidad", porque se ve a estas mujeres como madres o como cuidadoras. No hay una universalización del cuidado o de la educación de los chicos. El ámbito productivo y reproductivo para estas mujeres se experimentan en simultáneo y eso no es tenido en cuenta por las políticas públicas que llegan a estos sectores”, advierte.
Teniendo en cuenta esto, la investigadora plantea que “la investigación podría estimular, a partir de las evidencias encontradas, los principales desafíos para el diseño de políticas públicas que incentiven una nueva forma de organización social y política de los cuidados infato-juveniles y sus implicancias en el mercado laboral cosechero de yerba mate”.

La investigación feminista
Sobre el compromiso de investigar con mirada de género en la universidad, Haugg opina: “Me parece muy importante pensando únicamente en la carrera de historia, donde los planes de estudios y la mayoría de la bibliografía está pensada en figuras masculinas. El primer paso es poder visibilizar y reconocer el trabajo de las mujeres como trabajadoras de la yerba mate. Como cientistas sociales nos debemos, como obligación, reconocerlo y reinsertarlo en la historiografía regional, además de concebir toda la realidad social en clave de género”.
Oriunda del norte misionero, Haugg sostiene que “investigar desde la universidad pública nos abre un montón de puertas. Yo vengo de una familia trabajadora, soy la primera de once hermanos que pudo acceder a la universidad, una universidad pública que es muy importante que se siga revalorizando y manteniendo. Lo malo o triste es que a veces realizamos distintos trabajos en donde la población que tomamos como objeto de estudio no puede acceder a la universidad. Entonces la idea es pensar en una forma de escritura o trabajo en la que podamos involucrar a estos sectores, desde una profunda pasión y respeto, que no sea una actividad propiamente académica, que llegue información a esta gente y que de alguna manera, tal vez muy pequeña, pueda mejorar la calidad de vida”. //

Por Ana Espinoza (Comunicación y prensa UNaM)
Fotos gentileza Diana Haugg.

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